viernes, 21 de noviembre de 2008

La máquina

Era una noche fría, y la soledad pesaba más que nunca. Ya no encontraba consuelo, ni en su familia, ni en sus amistades, ni en su hombre. Todo le daba igual. Ser, estar, perecer. Nada valía la pena.
Decidió ahondar en lo más profundo de su ser. Comenzó mirándose al espejo. No podía reconocer su rostro. No podía creer que alguna vez esa mirada vacía había brillado, que sus labios habían sonreído y que su boca emanaba carcajadas. Se veía opaca, gastada, translúcida. El espejo le devolvía una imagen cruda, fría, empañada.
Ya no dormía. El pensar constantemente en que la persona que era feliz alguna vez habitó su cuerpo la llenaba de ansiedades, y esas ansiedades le remordían los pensamientos y no podía pegar un ojo. Cada vez que sus ojos se juntaban era para eliminar líquidos. Su hombre no la veía. No lo notaba. Sus amigas le decían que iba a pasar y su familia le reprochaba que no sabía valorar todo lo que tenía.
Pero ella se preguntaba "¿lo que tenía quién?". Ella, que ya no era ella, no tenía nada. No tenía alegrías, ni sonrisas, ni ganas. Nada de ganas.
Nadar contra la corriente saca músculos, pero desgasta el alma.
A veces no querés nadar más y entonces el mar te arrastra y te devuelve al punto de partida. Ese pozo depresivo que alguna vez creías haber dejado atrás arremete contra todo tu ser. No parás de llorar, de renegar, de creer que no hay luz al final del túnel.
Ella se volvió a mirar al espejo. Y su rostro estaba desfigurado. Ya no sólo no se reconocía, sino que no reconocía a la otra. Sintió que esa fue su muerte, que el alma abandonó su cuerpo y que su espiritú, alguna vez fortalecido, estaba en coma 4.
No hay palabras que puedan explicar el desahucie y la soledad. No hay palabras que nos saquen de esa situación. Ni respira hondo, ni leer a Osho. No hay salida. En ese momento no la hay. Las puertas se van cerrando una a una frente a tus narices. No podés seguir, pero tenés que hacerlo. Y ahí te volvés máquina. Salís, trabajás, volvés, cocinás. Todo es igual, todos los días iguales. El aire es pesado de respirar y la comida es insípida. No existe forma de disfrutar las pequeñas cosas, no hay catarsis. Y el mundo sigue girando, la máquina mueve los engranajes y vos, sos uno más. Un engranaje pequeño, que gira porque los demás lo hacen, aunque no sepas por qué.
Un sueño, cuando pudo quedarse dormida, le mostró una visión. Ese pequeño engranaje se derretía y hacía parar toda la máquina. Pudo salir, entonces y ver cómo la máquina no podía funcionar sin ella. Cómo era tan necesaria. Los demás engranajes se volvieron caras: amigos, hombres, familiares. Entonces comprendió que si valía la pena y que tenía que seguir adelante. Entonces la sonrisa volvió a su rostro. Sus alas se recuperaron y pudo volver a volar.
Pero no volvió a la misma máquina, ese engranaje estaba derretido y ya no encajaba. Volvió, y voló, y fue muy útil, pero para otra máquina. Una nueva máquina dónde encajaba a la perfección. No era la misma, no. Pero su nuevo ser tenía sonrisa y brillo en los ojos. Y mucha, pero mucha esperanza y fuerza y ganas de que su nueva máquina marche mejor que la anterior. Y estaba dispuesta a hacerlo todo para lograrlo.

2 comentarios:

Guadaesunserextraño dijo...

es muy fuerte y me dejaste sin palabras amiga!

Cande dijo...

Volvasmo a lo superfluo! a eso que cuando lo leo con el primer cafe de la mañana me hace escupir por la nariz! (tu sabes)