miércoles, 11 de abril de 2012

una leona

Agazapada entre la maleza, observando, cada vez más detenidamente, cada uno de sus pasos. Por momentos creo que puedo predecirlos. Sin embargo, cada día me sorprende. Entonces sigo ahí. Observando la presa. Escondida entre sombras trato de pasar inadvertida, de mimetizarme con el paisaje, de no ser. Coexistiendo con el paisaje, paso a ser una planta más, un árbol, una roca. El león avanza sobre la presa, directo al cogote. Clavando sus colmillos sobre sus arterias, siente el temor que precede a la muerte. Muerde con más fuerza, hasta que se rinde. Yo, en mi escondite, me siento segura, disfruto de la brisa de una sombra tranquila. Y hasta respiro profundo, aliviada, de no haber sido yo la elegida. De no dejarme morir en sus garras. De no ser.
Pero hay que ser. Algo, hay que ser. Y reflexiono en que no soy un León. En que no puedo aventurarme a máxima velocidad a saltarte al cuello. Arriesgarme a que te escapes. Arriesgarme a matarte. No tengo ese coraje animal para llegar a las últimas consecuencias. Tampoco soy una gacela, suave, tranquila, casi despreocupada. No me muestro en grupos en la sabana, no me dejo ver, no me dejo apresar.
Mas estoy ahí. Viendo todo. Y ante el miedo, de sentir, se cazar o ser cazada, muestro mis dientes. Me vuelvo amenazante, dura, fría. Puedo ser domesticada, puedo ser tierna, puedo ser protectora y suave. Creo entonces que en definitiva, yo, soy una leona.

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